Ilegales en Es Gremi

Jorge Martínez, líder y voz de Ilegales, lo dijo claro: para hacer rock and roll hay que ser arrogante. Y si algo sobró en el concierto de este sábado en la sala Es Gremi de Palma fue justamente eso, arrogancia, pero del tipo que te hace sonreír mientras te empuja contra el de al lado. Presentando Joven y Arrogante (Warner Music Spain), su nuevo disco, la banda desplegó dos horas de punk, blues, ská y rock sin complejos, con la veteranía de quienes ya no tienen nada que demostrar y la energía de los que aún tienen rabia por quemar. Toda una reivindicación de su legado, como prueba de que siguen siendo una de las bandas más potentes del rock patrio.

Desde el primer acorde de «El fondo de la noche», tema que abrió el concierto, quedó claro que Ilegales no habían venido para cumplir con un trámite. La formación actual —Jorge Martínez al frente, el legendario Willy Vijande en el bajo (tan canalla como siempre), Tony Tamargo en guitarra y teclados (el contrapunto joven en una banda de veteranos) y Jaime Belaustegui a la batería (preciso como un metrónomo)— sonó compacta, engrasada y, sobre todo, con hambre.

El repertorio (más de 30 canciones en dos horas) mantuvo un equilibrio perfecto entre el material nuevo y los himnos que han definido a la banda durante décadas. «Joven y arrogante», «Moloko» y «Ansiedad» demostraron que el nuevo disco no es un mero ejercicio de nostalgia, sino una extensión natural del sonido crudo y directo que siempre los ha caracterizado. Las guitarras cortaban, el bajo retumbaba y la voz de Martínez, áspera y visceral, sonaba tan urgente como en los 80.

Pero, como era de esperar, fueron los clásicos los que elevaron el concierto a otro nivel. Cuando las primeras notas de «Juventud, egolatría» resonaron, la sala estalló en un coro masivo. «Chicos pálidos para la máquina», con su ritmo contagioso, convirtió al público en una masa en movimiento, mientras que «Todo lo que digáis que somos» sonó como un manifiesto atemporal.

El punto culminante llegó a mitad del concierto, cuando encadenaron «Tiempos nuevos, tiempos salvajes» y «Problema sexual». Fue un huracán de cinco minutos que nos devolvió a la energía salvaje de sus primeros años. No hubo espectáculo visual, ni artificios: solo rock puro, acelerado y sin concesiones.

Martínez, como siempre, fue el maestro de ceremonias. Entre canción y canción lanzaba frases contundentes, bromeaba con el público y dejaba claro que, aunque el tiempo pase, la actitud sigue intacta. Con «Destruye», otro de los momentos brutales de la noche, se hizo evidente por qué el público abarrotaba la sala.

Aún así no todos los asistentes peinaban canas. Llamaba poderosamente la atención ver cómo, después de tantos años, Ilegales siguen sumando nuevas generaciones de seguidores. Entre el público, mayoritariamente de mediana edad, se colaban caras jóvenes que coreaban las letras con la misma pasión. Esa mezcla generacional confirmó algo que ya se sabía: el rock de Ilegales no es música de museo. No solo ha envejecido bien, sino que sigue siendo relevante, sigue provocando con la misma intensidad.

El concierto cerró con «Soy un Macarra», himno absoluto que hizo saltar hasta a los más tímidos. Fue la confirmación definitiva de que Ilegales sigue siendo una banda de ROCK con mayúsculas. Una banda que, cuarenta años después, sigue sonando arrogante y afilada, sigue tocando como si cada noche fuera la última.

Palma vivió una noche de rock auténtico, sin filtros ni disculpas. Joven y Arrogante demostró ser un disco más que digno en su catálogo, aunque fueron los clásicos los que nos recordaron por qué Ilegales siguen siendo una banda esencial. Si alguien aún duda de su vigencia, que vaya a verlos en vivo. Después de esto, no quedan argumentos.